05 febrero 2007

¿Cuántas especies hay en la Tierra?


Nosotros y las demás especies que compartimos este planeta formamos una comunidad global de diversidad, fruto de los altibajos de la vida (interacción de los procesos evolutivos y la a veces caprichosa mano de la extinción en masa). En los últimos cien millones de años se ha producido un crecimiento neto de la biodiversidad sin paralelo en la historia de la vida, a excepción de su explosivo comienzo. La Tierra posee ahora más especies que en ningún otro periodo de su historia.

Y ¿qué es eso de la Biodiversidad? La biodiversidad es el conjunto de todas las formas de vida, expresados como la variedad específica, genética y ecosistémica. La diversidad alfa refleja el número de especies dentro de una comunidad ecológica, la diversidad beta compara la composición de especies que hay en comunidades vecinas diferenciadas por algunas características físicas; y la diversidad gamma comprende comunidades esparcidas en un radio geográfico más amplio, muy separadas y con hábitats parecidos.


Distribución de la Biodiversidad. Un elemento de la biodiversidad es la distribución global de la vida, dónde se encuentra la mayor parte de las especies. Es chocante que sea tan desigual: es máxima alrededor del ecuador y mengua de manera gradual conforme subimos de latitud hacia los polos. Y esto es válido tanto para vertebrados e invertebrados como para vegetales, hongos y bacterias: es el llamado “Gradiente latitudinal de la diversidad”. Las pluvisilvas de los trópicos abarcan un dieciocho por ciento de la superficie terrestre del planeta, y en este pequeño espacio se encuentran más de la mitad de las especies (son los llamados “Hotspots”, o puntos calientes de biodiversidad). Y el gradiente se repite para la vida marina, incluso para las comunidades de las grandes profundidades. Cualquiera que vaya a Kenia o al Amazonas se dará cuenta de esto. Que las condiciones ambientales hayan perdurado en los trópicos sin fluctuaciones durante más tiempo, un entorno que condena a las especies a la extinción con menos frecuencia que en otras latitudes y la mayor productividad de estas zonas favorecen la formación y conservación de nuevas especies. Los trópicos son una fuente de innovación evolutiva, debido en parte a la especiación alopátrida (asiladas geográficamente) y simpátrida (en el mismo territorio). Al tener un clima más estable, el suministro de recursos también lo es, y las especies pueden permitirse el lujo de ser más quisquillosas con su comida y nicho. Esto anima a las especies especializadas a vivir en ámbitos geográficos limitados, lo que produce que en un área dada vivan más especies y se fomente la especiación. ¿Es todo esto cierto? Pues según las últimas hipótesis no del todo, ya que el verdadero motor de la evolución es la inestabilidad. La competencia y las perturbaciones ambientales potencian la evolución de más especies, al cambiar el hábitat nuevas especies se integran, y el aislamiento geográfico, al fragmentarse el ecosistema, hace que nuevas especies se especialicen en él.

Otra pauta en la distribución de las especies aparece cuando se comparan los reinos terrestre y marino. Entre la cantidad total de especies registradas, menos del quince por ciento viven en los mares; el resto vive en la Tierra. Pero se produce aquí una paradoja relacionada con el nivel de jerarquía biológica en el que se comparan los dos hábitats: hasta ahora hemos hablado de especies, pero si la comparación es al nivel de los filos, la imagen es muy diferente. De los treinta y tres filos animales, en los mares hay representantes de treinta y dos, mientras que en la tierra solo hay doce. Además, el 64% de los filos vive exclusivamente en el reino marino, y un 3% son exclusivos de tierra. Dicho de otro modo: en el mar hay muchos temas con pocas variaciones, mientras que en tierra vemos muchas variaciones sobre unos cuantos temas. Uno de los motivos inmediatos de que haya más tipos morfológicos es que la vida, incluida la pluricelular con la explosión cámbrica, empezó allí, en el mar. Otra, pero para justificar el alto número de especies en la tierra, es la complejidad espacial terrestre que no es habitual en los mares, excepto en los arrecifes de corales, que sostienen una elevada diversidad de especies. Y la más reciente tiene que ver con el tamaño y el radio de acción de las especies. Menores por término medio que las terrestres, las marinas disponen de un radio geográfico más grande, y un radio mayor por lo general quiere decir menos especies en total.

Pero, ¿Cuántas especies hay en el mundo? Para esta sencilla pregunta, una sencilla respuesta: No sabemos ni siquiera en orden de magnitud con cuántas especies compartimos el globo. Casi todas las estimaciones están entre cinco y cincuenta millones, y algunas suben hasta cien. Hay problemas para dar una respuesta de confianza a esta pregunta.

En este mundo obsesionado por medir y calcular cosas, somos muy inconcretos en lo que se refiere a la naturaleza, de la que en última instancia dependemos. Sabemos aproximadamente cuántas estrellas hay en nuestra galaxia, la Vía Láctea: cien mil millones. Sabemos cuántas bases nucleotídicas constituyen el material genético humano: tres mil millones. Y sin embargo no podemos atribuir una cantidad segura a la diversidad de especies actuales. Actualmente hay clasificadas alrededor de 1.750.000 especies (Por ejemplo, hay 300.000 plantas, 4.300 mamíferos, 9.700 aves, 6.300 reptiles, 4.200 anfibios, 19.000 peces, 72.000 hongos -se cree que el número de especies debe superar el 1,5 millones-, 1.085.000 artrópodos -950.000 insectos descritos, aunque el número de especies debe ser superior a 8 millones-, y otras 4.000 bacterias-una ínfima parte de las más de 1 millón de bacterias que se cree que existen-). Digo alrededor de porque no hay ningún almacén central donde figuren todas las especies descritas. No deja de ser paradójico, hay un almacén central para las cadenas de ADN que se producen en los laboratorios de biología molecular de todo el mundo, pero no para los organismos de los que se ha obtenido el material genético. De los 950.000 insectos, más de la mitad son escarabajos (Un famoso epigrama de Haldane, respecto a una discusión con unos religiosos creacionistas, dice “si es verdad que Dios creó a todas las especies tal como las vemos ahora, ¿podrían ustedes explicarme esa inmoderada debilidad por crear escarabajos?”). Además de subestimar mucho la cantidad real de especies que hay en el mundo, la lista de las conocidas es parcial en muchos aspectos. Primero, refleja el interés humano por las criaturas cubiertas de pelo o plumas. Segundo, los taxónomos se concentran en las regiones templadas septentrionales del mundo, que es donde trabajan; el grueso de las especies se concentra en los trópicos y, sin embargo, por cada especie tropical que se conoce se conocen dos en latitudes del norte.

Si los astrónomos descubrieran un planeta más allá de plutón, la noticia saldría en primera plana en todo el mundo. No ocurre lo mismo cuando se descubre que el mundo es más rico de lo que se sospechaba, una realidad que es de capital importancia para la humanidad. Edwin calculó que había 30 millones de insectos contando la población de en la techumbre de las pluvisilvas tropicales, echando insecticida en una amplia muestra de árboles. Hawksworth arguye que estimación actual de 72.000 especies de hongos está 20 veces por debajo de la realidad, ya que si cada especie vascular de planta tiene seis especies de hongos, y hay 300.000 plantas, hay sin duda alrededor de 1,8 especies de hongos. Los nemátodos presentan el mismo cuadro, que pueden rebasar los 300.000. Por cada especie de artrópodo y de planta vascular hay por lo menos un nematodo, un protozoo y una bacteria especializados en parasitarios.


Conocerlas todas. Debería estar claro que sea la suma de especies 30, 50 o 100 millones, casi toda la vida es tropical y es invisible. El mundo de las plantas y los vertebrados de nuestra experiencia cotidiana no es sino una fracción de la diversidad de la vida. Vemos la forma de la biodiversidad, con relativamente pocos organismos grandes y relativamente muchos organismos pequeños, y entendemos que este rasgo tiene que ver en parte con el flujo de energía de las comunidades ecológicas. Los biólogos han tardado 240 años en identificar y describir 950.000 especies de insectos. Si de verdad hay 30 millones, todavía les quedan a los taxónomos de insectos diez mil años de actividad por delante. Para hacer una lista completa de plantas de todo el continente americano, trabajando a ritmo histórico, tardarían cuatro siglos. Y no solo es contar especies, es describirlas. Cada ficha es una forma de vida única, el legado de cientos de millones de años de evolución del que ni somos más que una parte. Pero es algo digno de la ciencia, y más aún, es digno de la humanidad. Como especie sensible, tenemos que conocer hasta donde podamos "el sinfín de formas bellísimas", como dijo Darwin, con que compartimos la tierra.

Saludos.

21 enero 2007

El Cambio Climático y el Efecto Invernadero.

Estamos en un invierno anormal, con temperaturas propias de época primaveral. Parece indudable que el cambio del clima ha dejado de ser una conjetura para convertirse en una evidencia. Ya no es momento de teorizar sobre la amenaza, puesto que al amenaza se ha hecho realidad. El año más cálido registrado fue 1998, seguido de 2002 y 2003. La media mundial ha aumentado casi 0,7 grados en el último siglo; es un cambio importante y, sobre todo, muy rápido. La subida de la temperatura en España ha sido superior a esta media, entre 1971 y 2000 la temperatura media anual ha aumentado en más de 1,5 grados. Estamos asistiendo a una verdadera desertización del país. El riesgo de incendios forestales es ahora más alto que antes, así como su dificultad para apagarlos.

El efecto invernadero consiste en que de manera natural la tierra es un gigantesco invernadero. De otra manera no podríamos vivir. La energía que recibe la Tierra desde el sol en forma de radiación electromagnética, que percibimos como luz y calor, y parte de esta energía la refleja la Tierra, devolviéndola al espacio exterior en forma de radiación infrarroja. Como resultado de este balance entre la energía recibida y reflejada tenemos la temperatura de la superficie terrestre. Pero una parte de esta energía reexpedida por la Tierra no se escapa directamente al espacio, sino que es retenida por algunos gases que forman parte de la atmósfera. Los gases se calientan y envían de nuevo la energía hacia la superficie de la Tierra, que a su vez absorbe parte y devuelve otra, originándose un ciclo. Las cantidades que entran y salen terminan siendo iguales (sino la Tierra se calentaría indefinidamente) se alcanza un equilibrio térmico a mayor temperatura de la que correspondería sin esos gases. El principal gas invernadero es el vapor de agua, y después el dióxido de carbono (CO2), el metano, el óxido nitroso y el ozono. El vapor de agua preocupa menos ya que el tiempo de vida media es muy corto, pero el CO2 permanece en la atmósfera cien años o más, lo que significa que seguiremos pagando las consecuencias de las emisiones del último siglo, incluso si ahora mismo dejáramos de emitir este gas.

Muchas de nuestras acciones incrementan las proporciones de CO2 en la atmósfera. Al acabar con los bosques tanto en el pasado como en la actualidad, todo el carbono retenido por la vegetación como biomasa, y en parte por el suelo, es liberado en forma de CO2 y si no es asimilado de nuevo incrementa el efecto invernadero. Con la revolución industrial y el consiguiente consumo masivo de combustibles fósiles se agravó el problema. Quemar carbón, petróleo o gasolina no es muy diferente de quemar árboles u otros seres vivos fosilizados, y en todo caso el efecto es el mismo: carbono previamente retenido es liberado en grandes cantidades en forma de CO2. Pero además, nuestras actividades generan más metano, más óxido nitroso y otros productos artificiales como los CFC (Clorofluorocarbonos) que tienen una enorme capacidad de retener calor, así como su conocida habilidad para destruir el ozono.


En la actualidad veinticinco millones de toneladas de CO2 son emitidas cada año a la atmósfera como resultado de la quema de combustibles fósiles, la actividad de ciertas industrias, la deforestación y el cambio en el uso del suelo. La mitad de ese CO2 se reabsorbe en la naturaleza, pero el 45% incrementa el efecto invernadero. Nunca ha habido tanto CO2 en la atmósfera, desde hace al menos 400.000 años. Y seguramente nunca, en estos cuatro mil siglos ha hecho tanto calor como el que hará dentro de unas pocas décadas. Y no hay dudas en el reparto de dudas: Solo los cambios atmosféricos debidos a la actividad humana pueden explicar los aumentos de temperatura en la Tierra detectados en el último siglo.

Los daños debidos al cambio climático son numerosos e importantes en muchos ámbitos. La subida del nivel del mar en promedio ha crecido entre 10 y 20 centímetros desde 1900; la fusión de los glaciales de las montañas, como las nieves del Kilimanjaro; la reducción del espesor de las masas de hielo en los polos, que hacen que el Polo Norte sea fácilmente navegable antes de 50 años; el incremento de lo que se ha llamado “eventos climáticos extremos”, como las olas de calor, grandes sequías o tremendas inundaciones; la decoloración y muerte de los corales; el deshielo en Alaska y Liberia del “permafrost”, el suelo permanentemente congelado, que al ablandarse hace que los edificios se caigan; y otros cambios de parecido tenor. Pero además hay otro fenómenos muy relacionados entre si y que el calentamiento global agrava, como la desertización y la escasez de agua dulce. Estas amenazas, juntas o por separado, pueden poner al conjunto de la humanidad en serios apuros. España es el país con mayor riesgo de pérdida de suelo de toda Europa, y es el más grabe de los problemas ambientales que afectan a nuestro país. La escasez de agua dulce es otro de nuestros problemas, ya que gastamos más de lo que ganamos, sin pararnos a pensar que no hay que buscar más agua, sino reducir el consumo.


El clima enloquece, ya no sabemos bien qué se puede esperara, cuál es la norma, si lo normal ha dejado de ser normal. Lo excepcional, las aberraciones (olas de calor o de río, heladas tardías, lluvias catastróficas, sequías...) han dejado de serlo para entrar a formar parte de la normalidad. En el supuesto de que el nivel del mar siga subiendo, algunos estados limitados a islas con escaso relieve podrían desaparecer físicamente. Y si nos fijamos en el número de personas puede ser peor en las zonas bajas de los continentes. Si el nivel del mar sube un metro al menos cien millones de personas se verían afectadas. Al igual pasaría con los efectos del cambio climático a la salud humana. Un clima más cálido favorecería la expansión de mosquitos portadores de enfermedades restringidas a climas tropicales, afectando a millones de personas; y la proliferación de sequías e inundaciones, junto a la escasez de agua irán junto al incremento de enfermedades infecciosas.

Los esfuerzos por remediarlo empezaron en Kioto en 1997, obligando legalmente a los países industrializados a reducir un 5& sus emisiones de gases de efecto invernadero antes el año 2012. Cumpliendo Kioto no evitaremos que la Tierra se siga calentando, pero lo hará menos que si damos de lado al protocolo. Países como EEUU no firmaron el Protocolo 8argumentando que el cambio climático era “el mayor engaño de todos los tiempos”, o que no estaban claras las causas más tarde cuando era innegable). Reducir el CO2 no es tan difícil como se cree. Cada Europeo produce alrededor de 11 toneladas de CO2 al año: algo menos del 30% de la emisión corresponde a la producción y distribución de energía eléctrica; un 25% lo producen las industrias de petróleo, el cemento, la siderurgia, la cerámica y el vidrio, las químicas, el papel y otras; otro 25% de las emisiones de CO2 es por el transporte, con los desplazamientos en coche 8que emiten unos 170 gramos de CO2 por kilómetro recorrido); un 11% corresponde a la agricultura, la ganadería y los cambios de uso del suelo; el resto de las emisiones se deben a las calefacciones y otros procesos llamados “difusos”.

Las energías alternativas, aunque parezcan una solución clara, se enturbian al mezclarse con problemas sociales y económicos. El carbón no es una fuente saludable de energía, pero prescindir de el generaría un conflicto social en la minería. Otras veces, aunque las consecuencias podrían asumirse, son las empresas las que antes de disminuir los beneficios amenazan con trasladarse a países más “tolerantes”. Como ciudadanos debemos tomar conciencia del problema, mantenernos bien informados, asociarnos para exigir a nuestros gobiernos que reduzcan el calentamiento global mediante medidas eficaces, aunque nosotros tengamos que sacrificar algo, por nuestro bien y por el de las generaciones futuras.


Las medidas más eficaces para frenar el calentamiento global pasan por utilizar energías renovables (eólica, bien estudiada y sin afectar a la fauna, solar, mini centrales hidroeléctricas), mejorar la eficacia energética de los procesos industriales, favorecer el transporte público, incentivar fiscalmente a quien disminuya las emisiones (y multar a quien las aumenten), bajar la calefacción en invierno, viviendas mejor aisladas con paneles solares para calentar el agua, y muchas otras (para ver éstas y otras medidas es muy recomendable visitar la página de Movimiento clima y firmar sus manifiestos).
Miguel Delibes ha dicho: “La Tierra está muriendo, suicidando, bien amenazada por un exceso de barbitúricos, indefensa por la pérdida de la capa de ozono, agotados sus recursos, desangrada, con las venas rotas, por la ausencia de agua en sus ríos, o abrasada a lo bonzo por el calentamiento general. El cambio climático no es más que la fiebre de un planeta enfermo. Pero la Tierra no se suicida. La estamos matando.”

Estamos a tiempo de actuar, hay que informar de lo que está pasando a todo el mundo para actuar, hay que ser consciente del problema y de su trascendencia. Hay que aumentar la información y la educación. El futuro no está escrito. Debemos seguir luchando. Como dijo Margot Wallström, comisaria Europea de Medio Ambiente, cuando se llegó a un acuerdo de mínimos para que Kioto siguiera adelante, en la reunión sobre el clima de Bonn en el 2001 (a pesar de los intentos de boicot por parte de la delegación americana): ”Estamos cansados pero felices; creo que podremos volver a casa y mirar a nuestros hijos a la cara.”


Saludos